Heddel Cordero
Este periódico publicó hace unos días un extenso reportaje analizando el fenómeno de las marcas propias de los supermercados y lo que representan las mismas en términos de ahorro para los compradores.
Cuando los supermercados se dieron cuenta del protagonismo que poseían en la cadena de comercialización de los productos, se idearon la fabricación de marcas propias (o marcas blancas como también son llamadas), las cuales llevan el nombre del propio del establecimiento que las exhibe. De igual modo procedieron a registrar marcas con otro nombre distinto al propio, las cuales llaman marcas privadas.
No es un fenómeno nuevo. Los textos señalan que su origen se remonta al siglo XIX. En nuestro país, según el testimonio de Roberto Mata y José Luis Ravelo, esta práctica tiene aproximadamente entre 20 y 30 años y empezó con productos como arroz, habichuelas, cloros, detergentes, etc.
El auge de esta tendencia que se expresa mayormente en los supermercados, radica en el hecho de que las ventas de estos productos con marcas propias y privadas son muy significativas, lo cual ha provocado una exageración exponencial que muchas veces dejan a los compradores sin opciones.
Este fenómeno de marketing constituye un reto para las marcas nacionales porque las obliga a tener que afianzar su reputación y a fidelizar de manera vigorosa su relación con su target y así, el canal, para satisfacer a su público, siempre debe ofertarlas a sus clientes.
Aunque siempre hay un mercado sensible al factor precio y ese aspecto decide su compra, existen categorías de productos donde el precio no siempre es factor decisivo de compra y allí impera el poder de las marcas para decidir preferencias.